RELATO ERÓTICO INÉDITO: BILOGÍA TABÚ

Aviso: Este relato corto es contenido inédito y exclusivo de los protagonistas de la bilogía Tabú. Puede ser leído independientemente, pero también contener algún spoiler.

La sala era blanca y muy grande. Los detalles, casi inexistentes, tal y como Marc había pedido. En el centro se vislumbraba un gran piano negro de cola, justo enfrente, a unos dos metros de distancia, un sofá Chéster de tres plazas del mismo color oscuro y, en el rincón derecho al sillón, un minibar, siendo estos los tres únicos elementos de la habitación de paredes insonorizadas.

Él se encontraba recostado en el centro del sofá cómodamente. Con la mano izquierda sujetaba un vaso de cristal, ancho y corto, lleno de un whiskey tan caro y delicioso como la ocasión merecía; con la derecha,se fumaba un cigarro. Sí, había vuelto a hacerlo, pero era propio de él eso de recaer en los vicios.

Vestía el pantalón gris del traje y una camisa blanca remangada hasta los codos, ligeramente abierta a la altura del pecho; dos botones más de lo debido, teniendo en cuenta que esperaba visita. Pero necesitaba aire. Le era imposible mantener la compostura con semejante visión delante. Nicolle se encontraba encima del piano, en el centro, de rodillas y sentada sobre sus pies. Su cuerpo de piel clara solo era cubierto por un arnés de cuero negro que realzaba sus pechos desnudos y los muslos prietos. El detalle estrella: el tutú de bailarina negro. Sus manos estaban atadas detrás de la espalda y los ojos cubiertos por un pañuelo de raso. Como cada detalle de la sala, el cabello azabache caía en cascada hasta su cintura.

No se cansaba de mirarla. Nunca se saciaba de esa piel suave, aromática y deliciosa. No paraba de amarla, de lamerla ni de morderla y, aun así, siempre quería más. Más centímetros, más éxtasis, más placer.

Era su peor vicio y lo tenía asumido.

Lo había enganchado con su relativa inocencia, con sus ojos grandes y turquesa y esos labios acolchados, prudentes en la mayoría de ocasiones, pero sucios en soledad. No obstante, lo había atrapado al completo con aquella actitud que aparecía cuando el sexo la nublaba.

Era como él, siempre lo había sabido.

Disfrutaba sin remordimientos, sin medidas impuestas y sin importarle lo que socialmente estuviera bien o mal visto.

Ahora se encontraban a punto de cumplir una de sus mayores fantasías. Habían hablado sobre ella y la habían recreado decenas de veces mientras follaban como desquiciados, pero ahora era real. Ya casi se palpaba. Se notaba en el ambiente cargado de erotismo y en los jadeos involuntarios que se perdían con el humo del cigarro.

A pesar de que Marc había vivido muchas situaciones como aquella, ahora parecían no existir. Eran lejanas. No recordaba cuántos años hacía que el pecho no le latía frenético justo antes de empezar, cuánto hacía que el sexo por sexo, sin más, se convertía en algo extraordinario. Sabía que la causa era la persona con quien compartiría lo que estaba a punto de ocurrir.

Llamaron a la puerta. Dos toques secos rompieron el silencio sepulcral.

Nicolle tembló sobre el piano. Debido a la expectación, casi no notaba su cuerpo, solo su respiración alterada que se aceleró un poco más cuando escuchó a Ferrara levantarse del sofá y caminar pausadamente hasta el otro extremo de la sala. Era increíble cómo podía recrear perfectamente la escena con los ojos cerrados, cómo sus sentidos estaban alerta a cualquier olor o sonido.

La puerta se abrió y, tras ella, de nuevo, silencio. Solo escuchó unos pasos que se internaban en la estancia: los de Marc, los de otro hombre y los de una mujer en tacones que pisaba con firmeza. No es que fuera adivina, a pesar de lo agudo que tenía el oído en ese momento, es que sabía que lo pactado era la presencia de otra pareja. Eso sí, no sabía de quiénes se trataba; de eso se encargaba Marc.

Sin límites, como se habían impuesto hacía mucho. La única norma era que no las había. No concebían el disfrute si de por medio había condiciones que cumplir.

Marc se acercó al minibar a rellenar su copa y la de sus acompañantes y anduvo hacia el piano mientras la pareja bebía, ambos callados y observando el manjar de mujer que se encontraba atada y expuesta. Se sonrieron con los ojos, confirmando que seguían hacia delante.

Cuando Ferrara llegó a su altura, incorporó el gran cuerpo que poseía hacia delante para acercarse.

—Estoy aquí, sucré —le susurró al oído despacio para no asustarla—. ¿Estás preparada?

Nicolle asintió.

—Estoy deseosa.

Ferrara tuvo que sonreír ante aquella confesión. Le lamió pequeño lóbulo desprovisto de pendientes.

—Yo también. Disfruta.

Soltó el vaso sobre el piano, se sentó en el banco, estiró los dedos y los colocó sobre las teclas. Desde su posición, Nicolle estaba frente a él.

La pareja se acercó al verlo proceder. La mujer se colocó al lado derecho de la chica y el hombre al izquierdo. Cuando las manos de ambos se posaron sobre la piel de bailarina, Marc comenzó a tocar. Ella sonrió al escuchar las notas versionadas de Love a Bitch, de Two feet, y sus hombros se relajaron al sentirlo como si estuviera abrazándola él. Era la banda sonora de sus noches a solas.

El piano vibraba bajo su cuerpo y ella lo hacía a su vez.

Dos lenguas recorrieron sus brazos de abajo arriba, llegando hasta su cuello y su mentón, donde ambas se unieron en un beso lascivo que pudo escuchar justo enfrente de ella, a escasos centímetros. Atrevida, abrió los labios gruesos y sacó la suya para unirse a aquel festín de sensualidad y saliva. Notó cómo su sexo palpitaba al entrar en contacto con dos bocas a la vez. Una abandonó la batalla rápidamente para atender a sus pezones erectos y desnudos que esperaban ansiosos el contacto. Alguien los pellizcó y estimuló con delicadeza mientras su pareja seguía comiéndole la boca con intensidad. Un gemido ahogado salió de su garganta.

Era el silencio, creyó. O las notas del piano rompiéndolo. No saber si era la mujer o el hombre quien hacía una cosa u otra y sentir cómo la manejaban a su antojo. Fue notar la presencia de Marc sin que la melodía temblara en ningún momento, aunque podía percibir la excitación de su hombre. Le encantaba que fuera firme, a pesar de sus debilidades, y que siempre tuviera el control de la situación, aunque ella pudiera romper de un plumazo sus esquemas.

Él la observó desde detrás del teclado. Su caramelo era saboreado. El hombre alto y rubio seguía devorando su boca mientras su mujer bajaba por el abdomen, lamiendo cada rombo de piel que las correas del arnés marcaban. Supo que buscaba el premio de entre sus piernas, así que, sin parar de tocar, ordenó:

—Túmbate, Nicolle.

El hombre abandonó a regañadientes la dulce boca para desatarle el pañuelo que unía sus muñecas y la ayudó a tumbarse. Su mujer bajó el tutú y lo tiró en mitad de la sala para poder disfrutar libremente del sexo rosado al que se acercó como si se tratara de un imán que la atraía sin remedio. Posó sus labios sobre la rajita y asomó la lengua ensalivada para pasearla de arriba abajo, sin abrirlo para que el clítoris no fuera estimulado por completo, aún. Quería sufrimiento, anhelo y, a posteriori, gozo. Gozo del bueno.

Cuando Nicolle se retorció de gusto, el hombre sujetó de nuevo sus brazos por encima de la cabeza y ató las manos. En todo momento debía estar inmovilizada y sin dar placer directamente. El objetivo era recibir. Recibir por todas partes. De tres lenguas, de tres cuerpos. Supo quién era quién conforme anudaban el pañuelo alrededor de sus muñecas. Mientras la lengua cálida pero segura de la mujer paseaba sensual y lentamente por su coño, las manos del hombre bajaban a sus pechos para amasarlos con lujuria. Lo supo porque le recordó a Celine, la cocinera de la casa de los Ferrara. Recordó su primera experiencia, la calma y firmeza que mantuvo ante la situación, como si supiera —sabiéndolo, realmente—, dónde tenía que tocar, lamer y estimular.

Hombres y mujeres amaban diferente, follaban diferente y lamían diferente. Ella lo había comprobado de primera mano.

Con el recuerdo de la mulata comiéndose su coño y Marc observándolas histérico y atado a una silla, se contrajo de placer, rogando con gestos que le soltaran las manos para poder aferrarse a algún lugar mientras descargaba su placer. Creyó que Ferrara haría parar la lengua de la mujer justo cuando fuera a correrse, pero no ocurrió. Era un regalo para ella, había dicho, para su uso y disfrute. Y así sucedió. Nicolle estalló de esa manera única que ella estallaba: llevándoselo todo por delante. Sus fluidos emanaron salvajes mientras se contraría en espasmos entre jadeos. Pero la mujer no se apartó; al contrario, disfrutó de ellos, movió la lengua con maestría y se empapó de lo que solita había provocado.

Marc dejó de tocar. Decidió que era mejor la melodía que salía de la boca de su niña, esos jadeos sensuales, esos eróticos gritos que nunca contenía, y las notas cesaron.

«Chilla —solía pedirle cuando se mordía los labios para no ser escuchada—. Chilla sin reprimirte». Y entonces gritaba y se estremecía bajo su cuerpo.

El hombre rubio rodeo el piano y se colocó junto a su exuberante mujer. Ferrara no podía creer que ella estuviera ahí, que hubiera aceptado la petición. Eso lo ponía todavía más caliente, porque en ocasiones había fantaseado con follársela a ella, pero ni en sus mejores sueños la habría imaginado entre las piernas de Nicolle, con el pelo empapado de su placer y esa sonrisa lobuna que le regalaba con complicidad mientras lo observaba todo.

Decidió verlo desde el Chester, así que se hizo con su vaso, al que le dio un gran trago, paseó la lengua por la boca de Nicolle haciéndola sonreír al reconocer el sabor de su whiskey, y volvió a su lugar de observador.

«Harán contigo lo que quieran, disfrutarán de ti y, luego, yo me agregaré para hacerlo también, de ti y de ella».

Y así estaba siendo. El hombre tiró del cuerpo de Nicolle hasta el filo del piano, se colocó un preservativo, sin poder reprimir más las ganas, y se internó en ella con movimientos sensuales y profundos. La mujer subió al piano y a la cara de Nicolle para que participara y le comiera el coño mientras su marido se la follaba. Restregó su sexo por la cara de la muchacha y disfrutó de la intensidad que le regalaba con la lengua cuando las embestidas crecían y el cuerpo de la joven se movía al compás.

En unos minutos, el silencio había desaparecido del lugar. Todo eran gruñidos, gemidos y jadeos. Orgasmos, fluidos y gozo. Manos que la tocaban en puntos concretos, unas veces y, en otras, cubriendo toda su piel. Eran dedos que se internaban en su interior y tocaban allí donde había que tocar para hacerla explotar. Era la saliva desconocida que se repartía por todo su cuerpo.

Ferrara comenzó a desabrocharse la camisa sin parar de mirar a su invitada con intención, se deshizo de ella y, pocos segundos después, de sus pantalones. No llevaba ropa interior, así que su falo duro saltó a la vista de la mujer, que se relamió sin dejar de chupar el pezón de la muchacha del piano. Con la confianza de la que era dueño, encaminó su gran y fornido cuerpo hasta el lugar, llenándolo, como siempre, y lo primero que hizo fue acudir al lugar de su perdición: a los labios receptivos de Nicolle, que le dieron la bienvenida con gusto. La misteriosa mujer, atrevida, se unió a ese beso, y el cuarto en discordia se retiró levemente para masturbarse con calma mientras los observaba.

—Sabía que llegaría este momento —susurró Marc en la boca de ambas, pero mirando fijamente a la invitada.

Nicolle supo entonces que se conocían y su excitación creció más. ¿Quién era?, ¿de qué se conocían?, ¿lo haría ella también?

Ferrara la abandonó para colocarse entre sus piernas y disfrutar de su lugar favorito en el mundo. La asió de las caderas en el filo del piano y la hizo suya despacio, deleitándola con su dureza y grosor. Ella gimió, sintiendo piel con piel, sabiendo que era él porque lo que experimentaba al tenerlo dentro era inconfundible e inigualable, aunque otros la hicieran disfrutar del sexo.

La mujer se colocó estratégicamente sobre Nicolle para que su sexo quedara de nuevo sobre la cara y ella pudiera comerse su coño a la vez que chupaba a Marc mientras entraba y salía. Su marido, extasiado al ver la imagen, se subió de rodillas sobre el piano y penetró a su mujer por detrás, pudiendo alternar Nicolle entre lamerla a ella y a él.

Eran cuatro, pero se habían convertido en uno.

También lo fueron cuando Nicolle reventó de placer para Ferrara, quien recibió su orgasmo con orgullo y tuvo que apartarse para no correrse con ella en ese mismo instante.

«No todavía», se dijo mientras buscaba un preservativo y cambiaba las tornas con el hombre rubio para follarse, ahora sí, a aquella mujer mientras le narraba a Nicolle todo lo que le hacía.

—Voy a follármela, bonbon sucré —le dijo a ella y a todos los miembros de la sala—. Y vas a escucharla gemir de placer.

La chica morena sonrió y asintió, conforme.

—Hazlo.

No podía ver, pero sí sentir las embestidas que le regalaba.

A otra.

Aún no entendía cómo disfrutaba tanto con lo que otros creían impropio, con lo que a otras personas les hacía sufrir solo de imaginarlo. Gala y todas sus amigas hablaban de fidelidad, de no mirar ni desear a terceros. Hablaban de cuernos, de traiciones y de volverse locas si les ocurría. Ella, sin embargo, se sentía bien por haber nacido en el lado contrario, en el lugar de los raros. En los que disfrutaban la vida de verdad. Era de esas que comprendía que la fidelidad es otra cosa, o al menos Marc había hecho, sin pretenderlo, que lo viera así. Se sentía fiel cuando él acudía a sus problemas, la apoyaba y la consolara, fuera la situación que fuera. Cuando no le regalaba el oído y le decía dolorosas verdades para que siguiera siendo la chica honesta que conoció. Cuando la felicidad de uno era la ambos. Cuando compartían las penas, las pesadillas y las recaídas. Cada día eran solo uno y, a veces, en el juego del sexo, unos cuantos más. Después, volvían a casa juntos y ambos tenían claro que no querían hacerlo con nadie más. Se sentía dichosa al compartir tanto con él y, por mucho que hubiera disfrutado con otras personas, querer volver siempre dada de su mano.

Volvió a la realidad de nuevo cuando notó la presencia de la desconocida a su lado y cómo sus cuerpos eran bañados por la culminación del placer de ambos.

En ningún momento supo la identidad de la mujer que se perdió entre sus piernas ni el hombre que se internó en ellas. Se preguntó una y otra vez de quién se trataría, por qué Marc los había elegido a ellos, y eso solo lo hizo más interesante aún.

Después, cuando la pareja se hubo ido, desanudó el pañuelo de sus ojos, el arnés desapareció y, totalmente desnudos en todos los sentidos, Ferrara la sentó encima de él y juntos tocaron el piano.

De nuevo eran ellos. Solo ellos.

Un poco más libres.

Más vividos.

Más felices.

En esta web puedes encontrar Mi maldita droga dura en formato digital. Es la primera parte de la bilogía Tabú. Está censurada en Amazon, por lo que solo puedes adquirirla aquí.

https://noeliamedina.es/producto/mi-maldita-droga-dura/

Puedes encontrar la segunda parte, Mi maldita adicción, en Amazon, o la bilogía completa y unida en un mismo formato. Ambas están disponibles en Kindle Unlimited, papel y Ebook.

Dejo aquí los enlaces:

Mi maldita adicción: https://amzn.to/37hpdiR

Bilogía Tabú completa: https://amzn.to/3rToYlT

Si quieres enterarte de la publicación de relatos eróticos, ofertas, promociones y contenido inédito, suscríbete en la página principal al Club de lectores vip sin tabúes.